jueves, 2 de mayo de 2024

Cagaprisas


Últimamente no alcanzo a cogerme el culo con las dos manos. Cosas de la vida, que de repente se pone a girar sobre sí misma y te ves envuelto en una espiral de la que, por mucho que te empeñes, es muy difícil salir. Preparar clases, corregir exámenes, cuidar a la familia, limpiar la casa, hacer la compra, hacer algo de deporte, ir a clase de inglés, poner este blog al día, atender las redes sociales. Todo es un maremágnum de obligaciones, necesidades y propósitos, que empiezas a necesitar un asistente con urgencia. Lástima que uno sea pobre y a lo máximo que pueda aspirar sea una chacha que le pase la mopa (y ni aun así, porque no veas cómo se cotizan…).
Así pasa, que todos los días, tocan varias carreras. Voy a toda pastilla. Del instituto a casa de mis padres, de casa de mis padres a mi casa, de mi casa al parque, del parque a la piscina, de la piscina a la escuela de idiomas, de la escuela de idiomas al supermercado, y así sucesivamente. No me extraña que me esté quedando en el chasis de tanto moverme. A este paso voy a rozar el perfil papiráceo.


Ayer, entre pitos y flautas, caminé unos doce kilómetros a lo largo de todo el día. Todo un récord teniendo en cuenta que las distancias en esta ciudad no son demasiado largas, lo que viene a decir que di más vueltas que un tonto. Quizá esa sea la razón por la que los provincianos mantenemos mejor el tipo que quienes viven en las grandes ciudades, aunque tengamos en nuestra contra establecimientos hosteleros asequibles por todas partes.
El caso es que hay que relajarse un poquito, pues si bien es cierto que uno quema calorías, también puede salir de los nervios, que conforme está el percal, no es lo más deseable. Parar es bueno para la salud. Priorizar y disminuir el ritmo se perfila como un ejercicio de higiene personal. No como el protagonista del álbum de hoy.


Don Prisas es todo un personaje. Lleva un desastre de vida que no es ni medio normal. No puede parar ni un minuto. Siempre corriendo de aquí para allá y de allá para aquí. Lo peor de todo es que siempre se olvida algo en sus paradas y no se percata de montones de cosas, incluso peligros a los que se expone. Desde el momento en el que se despierta con su pijama de osos panda, todo es una contrarreloj. Pasa por la cafetería, el gimnasio, su despacho, la casa de su madre o el parque. ¿Hasta cuándo seguirá con estas prisas de vértigo? Como siga así se llevará un disgusto.


Con este álbum a caballo entre el libro-juego y la ficción, el historietista y componente de Tricicle, conocido trío de humoristas catalanes, se lanza al público infantil de la mano de la editorial Thule y con una historia llena nuevos detalles a cada lectura. 
Y no solo eso, pues una frase a modo de retahíla que se repite en cada doble página, las descontextualizaciones, una incógnita (¿Qué cara tiene el protagonista?), o el apéndice final que nos invita a encontrar un montón de cosas, son un añadido muy jugoso en una historia en la que sonríes por cualquier esquina de la ciudad, incluso al final.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Frustrados por el trabajo


Se calcula que un treinta por ciento de los trabajadores españoles no están satisfechos con su ocupación. Mientras unos aducen falta de incentivos, otros expresan sus frustraciones tras darse de bruces con la elección incorrecta. 


A veces pienso que todo se resume en esas falsas expectativas que todos tenemos durante nuestros años escolares, cuando, sumidos en nuestros ideales y ansias de triunfar, nos encontramos con una realidad que poco tiene que ver con ese estrellato que promulgan las redes sociales. 
Dinero, viajes por medio mundo,  crecimiento personal, estabilidad, mucho tiempo libre... La mayor parte de los puestos de trabajo no tienen nada de eso. Todo lo contrario. Mal pagados, estáticos, aburridos, esclavistas, inestables... ¿y necesarios? Creo que nadie nos hacemos la pregunta correcta cuando se trata del tema laboral, pues el trabajo, además de permitirnos sobrevivir, dignifica y edifica. 


Pensarán que es una frase muy manida, pero sinceramente, y aunque a un servidor también le encante rascárselos a dos manos, en muchas ocasiones y gracias a mi trabajo, me siento útil para otros seres humanos, presto un servicio a los demás y permito en el avance de nuestra sociedad. Todo (o casi todo) trabajo es necesario, incluso los artistas de circo o los barrenderos. Y eso, ya es bastante

Cuando la noche extiende
su capuchón de estrellas,
el circo también cierra
lentamente sus párpados,
y los artistas sueñan
con playas, con delfines,
con barcos, con sirenas...
Y sueñan que caminan
por las calles estrechas
-entre el ruido y la gente-
de una ciudad cualquiera
y que compran entradas
para ver las proezas
que hacemos las personas
de a pie: el poeta,
la médica, el sastre,
el pastor, la maestra,
la lechera, el mecánico,
el albañil, la obrera
o aquel que con su escoba
va limpiando la acera.
Cuando la noche arranca,
el circo sueña y sueña.

David Hernández Sevillano.
Sueño de circo.
En: Días de circo.
Ilustraciones de Neus Caamaño.
2024. Madrid: Bookolia.



martes, 30 de abril de 2024

El país del disparate


Queramos o no, la realidad siempre supera a la ficción. Y no es que eche mano de una frase manida, sino que lo corroboro cada día, a cada momento. Y si se trata de España, peor todavía. En este país tan absurdo, como sorprendente, son capaces de proliferar los hechos más inverosímiles. Desde las vecinas de Valencia a las jornadas de reflexión de un presidente narcisista y teatrero, desde Aramis Fuster a Tamara Seisdedos, desde Villarejo hasta Pilar Rahola. Todos son un esperpento.
Sin embargo, este país donde prima la ignorancia y el cachondeo, les presta elevadas cuotas de atención y da credibilidad a su existencia. Vidas ejemplares que, además de alimentar las fantasías ajenas, ven crecer su leyenda gracias a la publicidad y las mediatecas. Porque a los españoles nos gusta la fantasía, la lentejuela, el brilli-brilli y, sobre todo, las penurias.


Cuanta más miseria, mejor. Cuanta más terapia, mejor. Cuantos más ansiolíticos, mejor. 
Ese sufrimiento tan barroco que llena este país desde hace unos cuantos siglos, se mantiene entre una población a la que los móviles y la telebasura se encargan de educar (la escuela adoctrina, no lo olviden). Todo un engranaje donde la lágrima y el escándalo son la gasolina para esa olla a presión que es este territorio donde campa la víscera y lo desorbitado gracias al relato.
Yo hace mucho tiempo que desistí de comprender a esta sociedad en la que vivo. Intento disfrutarla en la medida de lo posible y me alejo de las paradojas en cuanto puedo, no sea que pierda las únicas neuronas que me quedan activas y necesite pedirme la jubilación anticipada en detrimento de esos alumnos que tanto me requieren en esta época tan turbia.


Como yo, la única ficción que entiendo es la de los libros para críos, les puedo recomendar Una historia fantástica, un álbum de Bruno Heitz que acaba de publicar Kalandraka para alegrarnos la primavera.
Como ya nos indica el título, este libro desborda fantasía. Todo empieza con una vaca que se cruza en el camino de un granjero que conduce una furgoneta que frena muy mal. Efectivamente, chocan y todo se pone patas arriba. Así comienza una pequeña comedia de situación donde lo quimérico y el surrealismo se cogen de la mano para tachonar de carcajadas el semblante de los lectores.


Para esta ocasión, el autor francés se ha decantado por figuras de madera a la hora de elaborar unas ilustraciones en las que el contraste entre los elementos y el fondo ahonda en lo animado y vivaracho. Verdes, rojos, azules y amarillos discurren por una historia alocada que juega con nuestro subconsciente más disparatado gracias a onomatopeyas, elementos del pop art y detalles muy sui generis (¿Habéis visto las ubres debajo de la camioneta o el pelaje del lobo?).
Lo dicho, en esta víspera de fiesta nacional, concédanse un ligero descanso y disfruten de una propuesta mucho más simpática que la realidad imperante.

sábado, 27 de abril de 2024

La cultura terapéutica y los libros infantiles


Siguiendo en la línea de lo que estuve hablando ayer sobre esa denuncia social que se hace patente en la LIJ de las últimas décadas, he creído conveniente hablar sobre la llamada "sociedad terapéutica", un concepto que surgió en los años 60 gracias al Cristopher Lasch y se ha afianzado con la entrada del nuevo milenio, condicionando sobremanera la forma actual de escribir y editar libros infantiles.
¿En qué consiste? La sociedad terapéutica tiende a identificar muchos sucesos de la vida como amenazas para el bienestar emocional de los individuos. Cuestiones tan comunes como el fracaso escolar, la decepción amorosa o el rechazo entre iguales constituyen el interruptor que desencadena un sinfín de enfermedades invisibles (léase psico-emocionales) que, según este enfoque, menoscaban la capacidad de las personas para tomar las riendas de su vida.
Frank Furedi, catedrático y analista, apuntó en su Therapy Culture que “la cultura moderna ha convertido en patologías lo que antiguamente no eran más que respuestas emocionales desagradables ante las presiones de la vida. Ha impulsado a los individuos a sentirse traumatizados y deprimidos por experiencias que hasta ahora se consideraban rutinarias”.
Haciéndolo extensivo a la parcela cultural que nos ocupa, podríamos decir que el universo de la LIJ actual, además de acercar cuestiones cercanas a la vida real, también se inmiscuyen en la vida privada. Los libros infantiles son esos terapeutas que intentan resolver problemas que los lectores deberían aprender a solucionar por sí mismos, gestionar sus sentimientos con recursos propios o con la ayuda y/o intervención de adultos reales que conozcan el problema de primera mano.


Padres, abuelos o maestros. Figuras con experiencia propia, los referentes clásicos de la infancia, han pasado a ser sujetos inútiles que necesitan asesoramiento profesional (¡Viva la Supernanny!) o han desaparecido por decisión propia (mucho trabajo, muchas necesidades personales y muchas distracciones), para ser sustituidos por dibujos animados, películas, videojuegos o libros (¡Oh, libro, tú que eres sabio y omnipotente, ayúdanos a criar a nuestros hijos!).
No solo eso… En estos libros, la familia, la amistad o la sociedad se describen como ámbitos violentos, lugares peligrosos para los críos (¿Se han fijado en la cantidad de libros sobre consentimiento que se están publicando últimamente? ¡Ni que la calle fuese el patio de una cárcel filipina!). De esta forma, lo que por un lado parece estar lleno de buenas intenciones, inocula el miedo en unos niños que viven en constante alerta y claman por una vigilancia continuada (¿Dónde queda la libertad, la subversión infantil?) en connivencia con ese superpaternalismo que tan de moda se ha puesto.


Con esto no quiero decir que la terapia no sea necesaria en algunos casos donde hay un trauma real o una enfermedad mental, sino que lo verdaderamente peligroso es el abuso de la misma ante situaciones que no la requieren y que se recetan indiscriminadamente a grandes grupos de población, en este caso la infantil. Si bien es cierto que muchos de estos libros parten de esa pedagogía que llena hogares y escuelas, últimamente se está llevando a un extremo un tanto sospechoso, recordando más al libro de autoayuda, que al mero relato de moralina ejemplificante. Explícitos hasta la médula, sin pluralidad discursiva, estéticamente yermos y poco imaginativos. Prefiero mil veces los libros divulgativos.
Convertir cualquier conducta inconveniente en una patología, aparte de un problema de salud pública, hace a los niños todavía más vulnerables, asustadizos e irresponsables (¿Ven alguna analogía con lo que nos encontramos en la aulas?). Llega el momento de preguntarse: ¿Ese es el futuro que queremos? Yo, al menos, no. Prefiero niños capaces y resilientes, que no se amedrenten ante trabas y afrentas del tiempo, que puedan blandir armas y estrategias personales que les faciliten la vida respetando la de otros.
Sí. Puede que tras esta sociedad terapéutica haya otras intenciones. ¿Humanos más inútiles y manipulables? ¿Controlar y restringir? ¿Tretas de poder? Prefiero no ir más allá. Lo único que tengo claro es que no quiero ver a los niños subyugados, ni a los ansiolíticos ni a los libros.

viernes, 26 de abril de 2024

No a los ismos, sí a lo humano


En esto de la LIJ encontramos con frecuencia cierto compromiso social en el que se abordan cuestiones complejas. La guerra, la inmigración, el racismo, la igualdad entre hombres y mujeres, o la libertad sexual son temas muy recurrentes en los libros infantiles y que invitan a reflexionar a los lectores sobre la realidad que nos rodea con una perspectiva más amplia.
De este modo, y desde ciertos grupos editoriales, se nos venden los libros como armas que laceran conciencias, visibilizan problemas y cambian el mundo. Sin embargo, y aunque moralmente tiene su cabida, siempre me gusta andarme con ojo a la hora de tratar unos temas que pueden ser un arma de doble filo por diferentes motivos.


Si ya es bastante complicada la naturaleza individual, no digamos la sociedad, un sistema complejo que, según sociólogos y estadistas, es muy difícil de caracterizar, comprender y, sobre todo, controlar por la enorme cantidad de variables que subyacen a cualquier conflicto por pequeño que sea.
Imaginen que cierto editor tiene cierto compromiso con los libros de temática LGTBI y decide publicar un libro estupendo sobre las relaciones homosexuales. Tras indagar en el origen de su autor, descubrimos que es alemán y que uno de sus abuelos murió en las cámaras de gas del Tercer Reich. Tiramos más del hilo y resulta que es de ascendencia judía y que su familia cercana decidió mudarse a Israel durante los 90 y es propietaria de una de las fábricas que provee de indumentaria al ejército israelí, el mismo que en estos momentos bombardea la franja de Gaza.
Si en el instante que se descubre el pastel a un lector le da por la cultura de la cancelación y comienza una campaña en contra de la citada editorial por apoyar la guerra, ya la tenemos liada. Si una asociación de gays, lesbianas y otras orientaciones sexuales gusta de meterse en el ajo en defensa del autor, más madera. Y cuando se inmiscuyan en el circo las víctimas del genocidio nazi, ¡¿para qué queremos más?!


Si bien es cierto que la denuncia social es muy respetable, sobre todo desde un planteamiento fáctico en el que los hechos se relatan, también puede levantar suspicacias y nuevos conflictos, pues lo intrincado de nuestra naturaleza social favorece la diversidad de percepciones que suelen establecerse en un flujo multidireccional.
Ante la duda y en estos casos, yo siempre abogo por apelar a lo humano, como es el caso del libro de hoy, que con el título de No, se acerca a las librerías de la mano de Paula Carbonell, Isidro Ferrer y A buen paso.


Todo empieza camino del colegio. Uno al que su amigo no llega. La vuelta a casa también se hace difícil. Todo es un caos y no la encuentran, por lo que deciden pararse en el parque a jugar. De repente llega su madre angustiada y, tras darles muchos besos, les dice que van a jugar al escondite. Aparece un agujero en el suelo, el hambre y la sed. ¿Los encontrará su padre algún día?


No se adentra en la historia de dos hermanos que ven su vida cotidiana truncada por la guerra desde una perspectiva muy infantil. No hay muertos, no hay armas, ni cruentas batallas. Todo sucede en un escenario donde dos figuras de madera, elementos con geometrías angulosas y la luz tenue, sobran para construir una narración sobrecogedora. Con pocas palabras, este álbum casi silencioso, nos deja mudos. En él no se ahonda en los detalles. Las voces infantiles, la parquedad y una sobria puesta en escena son los recursos narrativos esenciales que propician esa atmósfera triste y solemne.


Amplios espacios, una tipografía cambiante y detalles turbadores (fíjense en esa escalera rota o el diámetro del agujero). Todo parece haber sido medido al milímetro para despertar un diálogo complejo con los lectores. Suspense, dramatismo y vaivenes emocionales que descubrimos en esta lectura sosegada donde, alejada del ruido de otros títulos antibélicos, nos encontramos con ese cariño familiar que eclipsa el desastre de las bombas.

sábado, 20 de abril de 2024

¿Libertad? ¿Dónde?


Lo que más me gusta de este blog, es que puedo decir lo que me apetezca. No sin consecuencias, claro está, pues ya saben ustedes que, quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere. Y yo no voy a ser menos. La independencia tiene esas cosas y uno tiene que sopesarlas previamente.
Hay gente que prefiere cerrar el pico y seguir medrando a la chita callando. Y otros que, opinando, nos ponemos la soga al cuello sin haber dicho tanto. Todo depende de nuestras convicciones y de lo dispuestos que estemos a limpiarnos el culo con ellas. También del tacto y las intenciones, pues a veces hablamos sin maldad, por mero divertimento, y la piel fina de los demás nos juzga sin piedad.
Por mi parte, odio la tibieza, a ese tipo de personas que juegan en todos los bandos. No te miran a la cara, dicen y se desdicen, corruptos y taimados, tan esclavos y abundantes... Prefiero mi canto aunque suene vulgar. Al menos trina en libertad.

Cuando una canción
sale de un pico,
de un hocico
o de una boca,
nadie puede sospechar
lo que ocurre
con sus notas.

Podrían pasar de puntillas,
invisibles,
como si tal cosa.
O podría suceder
que se vuelvan contagiosas.

Quién sabe qué decía
la canción del pájaro toc.
De lo que no hay duda
es que su canto
sobrevoló cada rincón.

Y es que,
si la tonada
es pura y verdadera,
no hay muro que la detenga,
ni rejas
ni barreras.

Fran Pintadera.
La canción que voló.
En: La canción del pájaro toc.
Ilustraciones de Anna Font.
2024. Barcelona: Akiara Books.


viernes, 19 de abril de 2024

Un mundo lleno de sonidos


Ahora que mi madre no puede hablar, paso muchas tardes a su lado en el parque. Como no soy hombre que guste del monólogo, a veces me quedo en silencio y disfruto del sol, miro a la gente pasar o veo cómo los críos trepan a los árboles. Los viernes todo está muy quieto y, aparte de los árboles, no hay mucho con lo que entretener la vista. Hay que dedicarse a otros estímulos, por ejemplo los sonoros.
El trino de los pájaros, los piñones que caen al suelo por culpa de una ardilla hambrienta, el silbido del viento entre las hojas de las moreras o la insistencia del tráfico rodado. De repente, una ambulancia. La campana de la iglesia y el borboteo de una fuente. El zumbido de aquella abeja libando de flor en flor y los ladridos de los perros que habitan las terrazas del barrio.


Son tantos los sonidos que se nos escapan a diario, que, cuando prestamos atención y los vamos descubriendo poco a poco, una sensación de extrañeza nos recorre el cuerpo y hemos de admitir que, a pesar de estar en un lugar y un momento determinado, no lo parecemos.


Fíjense en todas esas personas que viven pegadas a unos auriculares. Aparatosos o imperceptibles, mucha gente hace uso diario de ellos. Para hacer deporte, en el camino hacia el instituto, o durante la monotonía laboral. La música, los programas radiofónicos o los podcasts, además de convertirse en una forma de entretenimiento y/o aprendizaje, son una distracción de la realidad, una fórmula para aislarnos de nuestro entorno.
No debemos olvidar que el ser humano, como buen mamífero, tiene un sentido del oído muy desarrollado y que compartir los sonidos que nos rodean, también es una forma de comunicarnos, pues recibimos señales que podemos traducir de manera colectiva. Por eso mismo, aunque mi madre y yo no podamos charlar, conversamos mientras escuchamos.


Y poniendo la oreja, llego hasta Araña toca el piano, un libro de Benjamin Gottwald que acaba de editar Libros del Zorro Rojo. Si bien es cierto que el título es muy llamativo, no tiene mucho que ver con el contenido, pues este álbum ilustrado no está protagonizado por ningún arácnido, sino por un sinfín de situaciones que llenan sus más de 160 páginas que despiertan el oído del lector sin utilizar ni palabra ni sonido que se le parezca.


El galope de un caballo, un beso, un elefante rodando sobre las vasijas de un museo, un trueno, la roca que se precipita desde lo alto de la montaña, el mordisco a una manzana, el eco de una pelota de ping-pong, el estruendo de un globo pinchado, el rugido de un león o el rumor de un susurro.


Aparentemente aisladas, la mayoría de las imágenes que recoge cada doble página, se encuentran conectadas por similitudes sonoras o sutiles referencias espaciales o temporales que disparan nuestra memoria y nos hace evocar cada uno de los sonidos que hemos ido escuchando con el paso de los años. Un experimento inusual que ha hecho que este muestrario de sonidos, reciba numerosos premios, incluida una mención especial del Bologna Ragazzi.


Disparatados, surrealistas, cotidianos, delicados o estrepitosos. Todo tipo de sonidos y ruidos caben en un libro aparentemente silente (N.B.: Esto abriría una nueva paradoja dentro de este tipo de álbumes) donde el poder de las imágenes se hace patente en ese constructo discursivo tan complejo que nos gusta a los lectores de las literaturas gráficas.
Lo dicho: escuchen al mundo y compartirán el momento.

jueves, 18 de abril de 2024

Reír por no llorar


Como Mark Twain, siempre he sido gran partidario de la risa. No hay nada que una carcajada no sea capaz de arreglar. Incluso en los momentos más dolorosos, tristes y trágicos hay momento para la risa. Y si no que se lo digan a Shakespeare, que lograba hacer de cualquier tragedia un poco de chiste.
La risa es tan compleja y desconcertante que no logra poner de acuerdo a neurobiólogos filósofos y psicólogos del comportamiento. Mientras unos piensan que es una forma de comunicación innata heredada de los primates e íntimamente relacionada con el lenguaje, otros creen que constituye una reminiscencia o sinónimo del grito de triunfo del luchador tras ganar a su adversario. Los menos sostienen que la risa tiene que ver con el estado de relajación compartido que sucede tras una situación de peligro. Sea como fuere, lo que tenemos claro es que la risa tiene un origen evolutivo y genético, pues es un fenómeno que solo presentamos los monos y nosotros.


La risa puede ser de muchos tipos. Las hay silenciosas o muy estridentes, también nerviosas y que son sinónimo de alegría. Hay sonrisas para cada momento. Irónicas, despectivas, condescendientes, aprobatorias y libertinas. Muy peculiares y del montón, excesivamente contagiosas y diplomáticas ante ciertos conflictos.
Lo que está claro es que reírse es bueno. Y no lo digo yo, sino un sinfín de estudios. Se cree que libera endorfinas, reduce el estrés, aumenta el pulso y el ritmo cardiaco, ayuda a una correcta digestión y reduce el estreñimiento gracias a la contracción de los músculos abdominales, incrementa la producción de anticuerpos, y disminuye la concentración de colesterol en sangre. Vamos, que reírse es una puta maravilla.


No me extraña que el protagonista de El rey que reía y no reía, esté tan preocupado al no poder reírse con todas sus ganas. ¿Qué no lo conocen? Pues aprovechen, que hoy voy a destripar un poco este álbum con texto de Francesc Bononad e ilustraciones de Neus Caamaño, que acaba de llegar a las librerías de la mano de la editorial Thule, para hacernos más llevadera la vida.
El libro nos cuenta la historia de un rey al que le encanta reír. Ríe con la a (jajaja), con la e (jejeje), con la i (jijiji) y con la o (jojojo), pero no sabe reír con la u. Como esto le entristece y no puede reírse a sus anchas porque, como ya sabéis, la u tiene forma de sonrisa, decide comunicárselo a sus consejeros que convocan en palacio a un puñado de expertos para que resuelvan el problema del rey. ¿Lograrán que el monarca se ría con todas las vocales? ¿Quién lo conseguirá?


Partiendo de una situación muy recurrente en los cuentos populares, Francesc Bononad, recrea una historia tan surrealista, como escatológica para el disfrute de cualquier lector, donde aparecen cortesanos, bufones e incluso una niña que hace un guiño a ese otro niño clarividente de de El traje nuevo del emperador. Esa mezcla de lenguaje culto y refinado con ese otro más canalla y popular, crea una cercanía muy seductora en el lector, al mismo tiempo que le da enjundia y empaque.
Las ilustraciones de Neus Caamaño se empapan de montones de recursos narrativos y referencias. Naipes, filigranas, caricaturas, infografías y metáforas visuales se aglutinan en las páginas de un libro donde texto e imágenes nos desvelan detalles narrativos que se complementan de manera exquisita y vistosa.


No se me puede olvidar una alabanza al Apéndice sobre vocabulario paremiológico. Me parece un gran acierto, no sólo por la solemnidad con la que trata los temas escatológicos que a más de uno le roban un guiño, sino por ayudar a entender la obra desde el prisma de lo absurdo, lo irónico y lo jocoso. ¡Bravo por esta oda diferente a la risa!

lunes, 8 de abril de 2024

Filosofía de vida


Si la higiene, el deporte, el sueño o la lectura son importantes en esta época que nos ha tocado vivir, también lo es la filosofía con la que nos tomemos los días. A pesar de lo que muchos odian esta asignatura de la educación secundaria, parece ser que no es para tomársela a guasa (la tónica general en este país de pandereta).
Es cierto que los comentarios de texto sobre el mito de la caverna de Platón o el superhombre de Nietzsche son todo un despropósito (sobre todo cuando lo que te va es Bad Bunny o Karol G). Y si hablamos de Kant o Hume, más de uno preferirá recoger ajos, que al menos te pones moreno. Sin embargo, eso de pensar es más útil de lo que creemos.


Pensando se puede llegar muy lejos. Podemos sopesar las consecuencias de nuestras acciones, podemos ayudar a los demás e incluso ahorrarnos un pico en la cesta de la compra. Acudir como participante a los concursos televisivos, urdir una estrategia para llevarnos de calle a quien nos gusta o ganar el partido final de la liga. Si pensamos, y además lo hacemos bien, la vida nos puede sonreír.
No todo es tan bonito en la difícil tarea de darle al coco, pues a veces se sufre más de la cuenta con tanto darle a la manivela. Lo negativo se apodera de nuestra mente y no damos pie con bola. Frustraciones, miedos, complejos, traumas, momentos difíciles… Todo eso y mucho más nos obliga a pensar en la dirección equivocada. A veces los tontos viven mejor. Dejarse llevar también es muy buena opción.
Lo mejor de todo es que, decidas lo que decidas, tus pensamientos, si sabes como llevarlos, siempre te hacen caso. Lo mejor es entrenarlos y utilizarlos positivamente. Y cuando se pongan tontos y no atiendan a razones, sentarlos en el banquillo el rato que creamos oportuno y dedicar nuestro tiempo a tareas que no requieran demasiada concentración ni albedrío neuronal.


Y hablando de pensamientos, acaban de llegar a nuestro país Filonimal, una colección muy filosófica que ningún monstruo se debe perder. El cuervo de Epicteto y El puercoespín de Schopenhauer son las dos primeras historias de esta serie protagonizada por animales que filosofan sin cesar. Escritos por Alice Brière-Haquet e ilustrados por Olivier Philipponneau y Csil, respectivamente, estos dos libritos (me encanta esa correlación entre su tamaño y la profundidad) aterrizan en las estanterías gracias a la editorial Yekibud.
En el primer título nos cuenta la historia de un puercoespín, bueno, de muchos. De cómo se buscan, se encuentran, se acercan y, finalmente, de cómo se evitan. Se parecen a las personas, que quieren vivir juntos, pero no revueltos. Cada uno tenemos nuestro espacio, intentamos no molestar al vecino y vivir en paz, pero a veces eso es inevitable… ¿Terminarán los puercoespines viviendo en sociedad?


El segundo libro un cuervo grazna y todo el mundo empieza a hacer conjeturas sobre lo que augura. ¿Querrá anunciarnos algo bueno o algún desastre? ¿Será un enviado de los dioses? ¿Seremos más o menos felices? A saber… Por ello es mejor enfrentarse a los días con la mejor de las sonrisas, que al fin y al cabo eso es el estoicismo.
Aptos para todos los públicos, les aseguro que no les van a decepcionar estas pequeñas y hondas fábulas, que, lejos de la pedagogía, intentar interpelarnos. Para mí han supuesto un hallazgo, no solo en lo que se refiere a la materialidad del libro (vean el troquel de la portada, el tipo de papel o el uso de las tintas), sino a ese ser que vive en mí y que se debate a diario con sus propias circunstancias y pensamientos. Espero que para ustedes supongan, si no lo mismo, algo parecido.

sábado, 6 de abril de 2024

El fin de la primavera


El bullir de esta época se ha apagado en mí. Ese vigor, la alegría que experimentaba todos los años, se han marchitando de golpe. Una sensación de desánimo se hace patente día tras día, y, lejos de transformarla en verano, otoño o invierno, llena ese jardín que es la vida con una honda tristeza. Hay algo en la enfermedad que desdibuja el presente. Como la calima o unas gafas sucias, no te deja ser tú, a pesar de desearlo con todas tus fuerzas. Y recuerdas los tiempos felices en los que todo era como tenía que ser: primavera.

Tu andar vacilante
se hizo firme,
poco a poco,
en el jardín.
Las briznas frescas
cosquilleaban, nerviosas,
las plantas nerviosas
de tus pies.
Y esos pies curiosos te acercaron
al arbusto de las muñecas,
al sembrado de las pinturas,
al matorral de las canciones,
al árbol alegre de las retahílas.
Otros jardineros
te tejieron bufandas,
te contaron historias,
te llevaron, de la mano,
a cada flor.

Les diste nombre a todas:
rosa, clavel,
poesía,
lavanda, azucena,
padre, abuela,
hierbabuena,
dalia, lirio,
amapola,
ruiseñor…

En primavera
brotaron, a centenas,
margaritas, comienzos
y despertares.

Y tus ojos, admirados,
los veían crecer.

M. Carmen Aznar.
En: El jardín que habitas.
Ilustraciones de Raquel Catalina.
2024. Barcelona: Akiara Books.


jueves, 4 de abril de 2024

Dinámica de poblaciones


A diario nos venden la moto de que el cambio climático tiene mucho que ver con la población humana. Ya somos más de ocho mil millones de elementos pululando por este planeta. Superados solo por los pollos y las gallinas, somos una verdadera plaga para un planeta cuyos recursos tiemblan cada vez que nos da por alguna tontuna.
Este modelo huésped-parásito por el que abogó Lovelock con su teoría de Gaia, se ha hecho realidad en menos de setenta y cinco años. Un hecho que han aprovechado los magnates de la Agenda 20-30 para plantear los famosos ODS que, inevitablemente, necesitan pasar por una reducción de la población para alcanzar esa sostenibilidad tan, tan deseada. Hasta que no controlemos el crecimiento de nuestra población, el llamado desarrollo sostenible es imposible.


Pues bien, lo están consiguiendo. Se estima que dentro de cincuenta años habrá una deceleración de nuestro crecimiento poblacional, e incluso se piensa que habrá una reducción de nuestro número de cabezas. Aunque ustedes piensen que la nuestra es una especie exponencial, ya les digo yo que cualquier población biológica se encuentra sometida a factores que modelan los modelos de crecimiento. Escasez de recursos, competencia, plagas, natalidad, infertilidad…
Si no me creen piensen en el modelo de vida capitalista occidental. Cada vez más envejecido, menos activo socialmente. Divorcios, solteros, parejas sin hijos, hombres y mujeres estériles y/o envejecidos, individualistas, hedonistas, pansexuales… No se echen las manos a la cabeza, pero da la impresión de que todo se dirige a lo mismo. Y lo peor de todo es que otras culturas empiezan a abogar por lo mismo. Chinos, indios, latinoamericanos o árabes sienten envidia y toman nota.


Y mientras unos quieren que la población descienda, otros abogan por los nacimientos. Concretamente al ganador del premio Bologna Ragazzi del 2023. No es para menos, pues Todo lo que pasó antes de que llegaras, un libro de la argentina Yael Frankel con el que la editorial Limonero desembarca en España (por segunda vez y esperemos que definitiva) para hacer las delicias de los monstruos.
La historia en cuestión trata de un crío que espera la llegada de su hermano. Mientras, le va poniendo en antecedentes contándole todo lo que ha sucedido antes de que el nuevo miembro de familia aterrice en este mundo, de paso, le hace sugerencias y descubrimientos sobre el entorno en el que va a aterrizar. Nuevos modelos familiares, aracnofobia, un perro llamado Ernesto, una pecera rota, la higiene personal o un robot que funciona a pilas. Todo eso y mucho más cabe en esta suerte de diario-manual.


Desde la mirada inocente e infantil, y con un puntito de humor muy sugerente, la autora de El ascensor, Excursión o El diminuto señor Cuidados, se pierde en su propia infancia, la de una hermana pequeña a la que los demás han tenido que traspasar su conocimiento y experiencias, un legado familiar conjunto del que todos debemos participar para comprender de dónde venimos y adónde vamos.
El concepto del tiempo, números a mansalva, momentos cotidianos, elementos infográficos, dos tipografías para una misma voz narrativa, guardas peritextuales que funcionan a modo de prólogo y epílogo, e incluso una dedicatoria muy pertinente, hacen de este libro un manual de vida infantil imprescindible para cualquier lector.


El estilo por el que Frankel apuesta en esta historia, además de recordar a ese trazo infantil tan caótico como simbólico, invita a descubrir detalles que, a simple vista, pueden pasar desapercibidos, pero que gracias al texto se revelan y nos dibujan una sonrisa donde la palabra "entrañable" lo dice todo.

martes, 2 de abril de 2024

¿Es Literatura Infantil y Juvenil toda la Literatura Infantil y Juvenil?


Hoy, 2 de abril, es el Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil, y lejos de acercarles alguna selección especial, unos cuantos consejos para animar a la lectura en la infancia y juventud, o el mensaje al que el IBBY le da mucho vuelo estos días, he preferido hacerme una pregunta para intentar contestármela.


Se habla, se comenta que la LIJ está en lo más alto, es el sector editorial que más vende, sobre todo en papel, y goza de una salud jamás antes conocida en este país, pero cabe cuestionarse si todas esas obras que llenan las estanterías podrían considerarse dentro de esa parcela.
Lo primero es lo literario, algo de lo que ya he hablado infinidad de veces en este espacio. Para no aburrirles más con actos discursivos, diálogos entre creador y lector, y otras cuestiones estéticas les remito a estos artículos que hablan en profundidad de todas estas cuestiones.
Lo segundo tiene que ver con los adjetivos… “Infantil y juvenil”… Tienen una serie de dobleces de las que nunca he hablado. Por un lado, cuando los utilizamos en un ámbito determinado, podría inducir a pensar que se refieren a la literatura escrita por niños y adolescentes, y por otro lado, que se dirige a estos grupos de edad. 


¿Descartamos la primera acepción totalmente? En el caso de lo infantil y aunque hay niños que escriben estupendamente, sí. Sobre todo porque su experiencia, aunque próxima a la de otros niños, no les capacita para esa estética de la que hablamos antes. En el caso de lo juvenil no debemos descartarlo porque no son pocos los casos de jóvenes que se sumergen en el universo creativo y, además de conectar con sus iguales, alcanzan unas cotas de virtuosismo apabullantes. Así afirmo: sí existe una literatura juvenil escrita por jóvenes, y por cierto, con mucho éxito, algo que tendría una estrecha relación con algunos de los fenómenos (para)literarios de las redes sociales, como la escritura colaborativa o el fan-fiction.


Cuando nos referimos a la segunda acepción, el problema es más peliagudo. ¿Realmente todo lo que se dirige al público infantil está dirigido a ese público? La llamada LIJ se ha diversificado tanto últimamente que empiezo a observar cómo va perdiendo el rumbo a otros derroteros que nada tienen que ver con lo “infantil y juvenil”.
Literatura terapéutica, young adult, literatura romántica, sexualidad, cuotas para minorías… Todo parece apuntar a problemas de adultos enmascarados en libros para gente que no debería tenerlos. Esto puede tener una doble interpretación. O bien los niños y los jóvenes están sufriendo una acelerada desinfantilización, o bien los adultos son los okupas de una parcela que no les pertenece.


Si atendemos a las ventas observamos como el volumen de negocio en los libros para críos y púberes ha ido en aumento, cuando en realidad el nivel de competencia lectora es cada vez más bajo. ¿Entonces? Hay algo que no me cuadra… ¿Puede que sean los adultos los que consumen cada vez más literatura infantil y juvenil? Volvamos a las redes sociales…
Desde que Facebook, X (antes Twitter), Instagram o TikTok aparecieron en nuestros dispositivos digitales, la visibilidad de los libros infantiles y juveniles ha crecido notablemente. El conocimiento que muchos profesionales de la infancia y juventud tenían al respecto de este tipo de literatura, ha cambiado considerablemente. Las redes sociales han hecho mucho por la LIJ, al menos, la han sacado de los sótanos, de esos circuitos cerrados en los que solo los especialistas sabían moverse.
Quizá esa sea la verdadera razón por la que son los adultos quienes valoran más este tipo de producciones y, por ende, lo que ha provocado una proliferación de productos que nada tienen de infantil y/o juvenil por parte de la industria.
Sí, monstruos queridos, no toda la Literatura Infantil y Juvenil es Literatura Infantil y Juvenil.

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N.B.: Todas las imágenes que acompañan a esta entrada están extraídas del álbum El poder de las historias, un libro de Didier Lévy y Lorenzo Sangiò publicado por Ekaré. En él se cuentan los avatares de Mauricio, un felino (alguno tenía que caer...) que atrapa ratones leyéndoles en voz alta y que un día se atreve a escribir sus propias historias...