lunes, 28 de octubre de 2013

¿Mucha o poca vergüenza?


Los alumnos de ahora, además de airados, osados, maleducados, extremos, (¡Ups! Creo que los de mi generación nos parecíamos bastante… ¿o no?), son ñoños, cursis, apocados y hasta vergonzosos. Aunque pensemos que de vergüenza no tienen un ápice, son incapaces de desenvolverse socialmente, desconocen las convenciones sociales y tienen menos arrojo que un pato.
Unos se niegan a hacer recados, los otros son incapaces de solucionar una compra mal realizada, no saben pedir ayuda y, lo que es peor, necesitan a sus padres de manera omnipresente (excepto para retozar entre las sabanas con el ligue de turno…).
Se preguntarán cómo hemos llegado a esto, y les responderé que de una manera muy sencilla: eximiéndolos de toda responsabilidad. Los chavales de hoy día no sólo son un cero a la izquierda a la hora de pasear al perro, hacer la cama, fregar unos platos o sacar la basura, sino que no prestan la mínima atención a lo más importante, ellos mismos.
El empeño de muchos progenitores en criar inútiles a edad temprana (por no decir desde el nacimiento), está provocando un colapso emocional en los jóvenes de hoy día, que, unido a la mala educación y la falta de respeto que se estila en occidente, es un cóctel molotov en toda regla para el futuro no muy lejano (¿Qué empresa se va a hacer cargo de tanto inútil?...  ¡Cualquier trabajo necesita un mínimo de responsabilidad!).
Desde la cuna los niños deben aprender a ser autosuficientes, expresar lo que sienten de una manera adecuada, ser capaces de solucionar sus problemas, su habitación, e incluso, sus papeleos. Ser solventes y respetuosos. Resignados y luchadores. Sentir la vida y dejar vivirla. Algo que pasa, como todo, por enfrentarse con la realidad sin complejos, el ejercicio que la Mimí Tomatito, de Laure Monloubou (editorial Bruño, colección Cubilete) termina haciendo como consecuencia de la presión que sobre ella ejerce un pequeño mundo de tocapelotas y concepciones erróneas. Una niña que explota y experimenta que, no hay nada mejor para la salud física y mental que sentirse capaz, o en su defecto, intentar sentirlo.

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