lunes, 21 de diciembre de 2015

Lujuria electoral



La “fiesta de la democracia” (¿Quién se habrá inventado esto? Sólo se lo ha pasado pipa poco más de la mitad del censo... ¡La única lección la han dado los abstencionistas!), esa que nos ha costado unos cuantos millones de euros, por fin ha terminado (¡Qué descanso!), y aquí seguimos, con un lío monumental... ¡y tan contentos! Sólo echo de menos a Manolo Escobar (que en paz descanse) cantando el ¡Que viva España! 


A tenor de esta realidad, muchos hubieran preferido no votar (aunque no se atrevan a admitirlo), porque se dice, se comenta, que en breve tendremos otras elecciones y nos volverán a sacar los cuartos (Ea, para eso estamos...). Yo por mi parte doy buena cuenta de que este país, pese a los universitarios mesiánicos, sigue en crisis económica, educativa, cultural, sanitaria y tecnológica (añadan la literaria también, que este es un blog de libros). En resumen, que este terruño continua siendo un choto bananero. Si al menos la gente metiera la papeleta en la urna con sentido común y no por mera lujuria electoral, víscera, costumbre, ósmosis, o tendencia televisiva, nos podríamos parecer un poco a la vieja Europa, esa que nos mira boquiabierta y frotándose las manos.


Me hallo estupefacto. Todavía más cuando veo el crepitar de la bolsa, la prima de riesgo inflándose, y a una panda de necios hambrientos escribiendo gilipolleces en las redes sociales (esperemos que sólo sea por afición terapéutica...). A ver si entre todos se cargan de una vez la Constitución, se reparten el país y volvemos al feudalismo y la sopa boba (¡Que así se vive muy bien! Se lo digo yo, que he vivido allí los cuatro últimos años). Me pirro por oír el “He sido yo” y “La culpa fue del chachacha” (¿Qué le voy a hacer? Soy un nostálgico).


Más por idolatría que por formación, nos abanderamos defensores de un sistema político que tiene poca cabida en esta idiosincrasia tan mezquina y para el que no estamos preparados (Si al menos fuéramos Noruega y sus petroleras...). Pero vamos, no se asusten. Al césar, lo que le corresponde: los separatistas con los dientes largos (Divide et impera... ¡Arriba los califatos!), eléctricas y bancos siguen haciendo su agosto, y yo, agradecido por no tener hijos de los que preocuparme.


Y mientras me percato de que esta nueva configuración política no nos hará prescindir de nuestras miserias, y constato que ellos, las pirañas del poder, seguirán hinchándose a cordero (los manchegos lo tenemos como un manjar, pero cada cuál que elija en base a la gastronomía regional), me voy a zampar un tentempié por si acaso mañana no tengo a qué hincarle el diente. Señores: el pueblo ha hablado.



P.S.: ¡Ups! Con tanta tontería se me olvidaba (N.B.: ¡Cuánta razón lleva cierta editora diciendo que este no es un blog de LIJ y que yo no sé escribir!) recomendarles dos buenos títulos de corte político -los había reservado para esta bacanal- en los que el poder y sus tretas tienen mucho que decir. 
El primero es El rey que no quería ser rey de Miguel Ángel Pérez Arteaga (editorial Milrazones-Milratones), un libro que me ha encantado por el formato, la sencillez y la inteligencia que desprende. Miguel Ángel Pérez Arteaga da vida a unos personajes mediante el reciclaje de cajas y la fotografía y de paso nos presenta una fábula para todos los públicos que da mucho que pensar sobre la felicidad y el poder.
El segundo, El pequeño Cuchi-Cuchi, de Mario Ramos y publicado por la editorial Océano-Travesía, nos habla de los líderes políticos y sus pobres y predecibles discursos mediáticos. Mucha palabrería y promesas incumplidas que al final se traducen en guillotinar las alas de quienes te ponen en un serio compromiso. Menos mal que siempre hay un pequeño resquicio para los pequeños libertinos como Cuchi-cuchi. 
Disfrútenlos en lo que, esperemos, sea el preludio de una leve tempestad.


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