miércoles, 6 de abril de 2016

Querer ser mayor... querer ser pequeño...


El tiempo, ese bendito concepto que el Sistema Internacional mide en segundos (¡queridos instantes!) siempre nos ha traído de cabeza, más todavía cuando vamos entrando en años y las lumbares nos crujen de vez en cuando, se nos pinza el nervio ciatico y vamos menguando en estatura (R.B.-O los críos de ahora están emparentados con rusos, suecos y alemanes, o yo cada vez soy más retaco... S.G.- Será que han alcanzado el óptimo ecológico, non ti preocupare...).
Ya empiezo a recordar con nostalgia aquellos maravillosos años en los que uno no sabía lo que era el insomnio (yo creo que tengo el organismo un poco alterado con el revuelo primaveral y el cambio de horario), los días cundían más y había menos facturas que pagar. ¡Y pensar que hace un “momento” estaba deseando cumplir la mayoría de edad! Iluso de mí...


A pesar de ello, uno tiene que cuidarse, menear el cuerpo un par de días a la semana, mantenerse mentalmente activo, no caer en la desidia, untarse con alguna crema y sobre todo, comer con equilibrio y mesura (esto último lo practico poco). Hay que ser consciente de que mucha gente entrada en años no tiene minutos de asueto (ya saben: hijos, ancianos, trabajo, diferentes cargas personales...), pero yo les conmino a que busquen una hora al día (no hace falta mucho más), para darse un paseo, llenarse de energía y pensar que vida, sólo hay una.
No se apenen y caigan en la cuenta de que el tiempo es una paradoja y que, dependiendo de la esquina desde la que la contemplemos, nos puede parecer amable, generosa, cruel o impía... Y seguramente será cierto... En no-sé-qué-ocasión un señor supuestamente respetable, me dijo que los humanos medíamos el tiempo usando nuestra propia escala de vida. Así y de manera general: en los jóvenes el tiempo pasa más despacio porque la experiencia es menor, mientras que en las personas más talluditas corre a toda velocidad porque comparativamente, el tiempo transcurrido en su vida era mayor que el que les resta hasta el fin de sus días... En fin, ¡qué mal repartido está el mundo!


No obstante hay que decir que no entiendo porqué los chiquillos como el protagonista de Si yo fuera mayor... de Éva Janikovszky (texto) y László Réber (ilustraciones), un álbum ilustrado de 1965, todavía vigente y editado por Silonia, están empeñados en echarse años en el lomo... Entiendo que, como bien se apunta en el texto, las convenciones sociales nos impiden hacer ciertas cosas o tomar decisiones propias cuando somo unos mengajos, pero creo que es razón insuficiente para justificar la vejez, más teniendo en cuenta lo que cuesta quitarse los lustros de la chepa. En fin, cosas de niños... y no tan niños.


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