jueves, 28 de diciembre de 2017

Agradecer la vida


Sostengo Gracias, Tejón entre las manos y se me vienen a la cabeza pensamientos parecidos a los del año pasado mientras leía Dos alas. Este libro de Susan Varley, un libro clásico reeditado este año por la editorial Los Cuatro Azules (¡agradecidos estamos los monstruos con tan buena noticia!), es otro de esos títulos que nos hablan de la eterna dualidad vida-muerte, un tema que apasiona a muchos monstruos y que da buena cuenta de ese puente intergeneracional que suponen la LIJ en general y el álbum ilustrado en particular.


Página a página, me vuelvo a acordar de todos aquellos que odian la Navidad por la pérdida de algún ser querido, algo que si bien es respetable y muy personal, es cierto que repercute en el ánimo colectivo. A pesar de que abomino de sobreproteccionismo y paliativos hacia la infancia y la adolescencia en lo que se refiere a temas vitales y necesarios (la realidad es muy puta y con los pies en la tierra te das cuenta antes), sí abogo por retornar a mi discurso de optimismo a la hora de gestionar el duelo, algo de lo que me acuerdo cuando presencio cenas y comidas navideñas que parecen un baño de lágrimas. El recuerdo de los fallecidos hace brotar sollozos y caras largas que ensombrecen de algún modo los deseos de pequeños y adolescentes que también comparten la mesa y que reciben un mensaje más que desesperanzador sobre lo que debe ser la vida.


Todos nos morimos y todos debemos ser conscientes de ello. De manera natural o trágica, la muerte de un allegado se hace cuesta arriba sea cual sea su pendiente, pero nunca debe significar la nuestra propia. Cada uno tiene bastante con su existencia (y no debe menospreciar la de los demás), pero se me antoja más adecuado echar mano de recursos positivistas y conciliadores, que de aquellos en los que la tragedia se apodere del ánimo.
Un servidor (que también tiene sus miserias vitales), siguiendo la estela que dibuja este hermoso álbum, les recomienda celebrar lo que fue la vida de los que ya no están. Es una forma de entretejerla con las de aquellos que se han quedado, hacer brotar un ecosistema en el que todos importemos. En ese sentido es quizá lo menos doloroso, no sólo a la hora de elaborar un duelo que camina con nosotros, sino también para construir un ejemplo hacia los demás en pro de la vida, que al fin y al cabo es lo que más importa: brindar, brindar por todos los que fuimos, los que somos.


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